Textos para el debate sobre el Plan de Convivencia, derechos humanos y gestión positiva de la Diversidad del Gobierno Vasco

Publicado en: Página web del proyect o Demospaz / Gobierno Vasco
Textos para el debate sobre el Plan de Convivencia, derechos humanos y gestión positiva de la Diversidad del Gobierno Vasco

A continuación, se intentará dar respuesta, aunque parcial, a las cuatro preguntas relacionadas con la garantización de los derechos humanos en sociedades plurales, la superación de la polarización, la reducción del clima de polarización prevalente y los modelos más efectivos de integración.

  1. ¿Cómo garantizar los derechos humanos en sociedades diversas y plurales?

1.1 Reconceptualizar los derechos humanos

Los derechos humanos constituyen tanto el suelo ético como el marco legal universales para regular las relaciones sociales y, en particular, para informar las interacciones de las organizaciones, las empresas y los Estados con las personas. Sin embargo, es necesario tener en cuenta algunas consideraciones para su efectiva implementación.

En primer lugar, los derechos humanos son indivisibles. En las democracias liberales se suele equiparar derechos humanos con libertades individuales, con derechos civiles y políticos, con derechos negativos. No obstante, los derechos civiles y políticos, los derechos sociales y económicos e incluso los derechos colectivos, tan contestados por las corrientes liberales individualistas, son igualmente importantes. 

En segundo lugar, se podría decir que la responsabilidad última de la protección de los derechos humanos recae sobre los Estados. Sin embargo, los Estados, así como las organizaciones y empresas, las comunidades y las personas, son corresponsables de su efectiva realización. Superar visiones dicotómicas donde solo se responsabiliza a un tipo de actor tanto de las violaciones como de la protección, en un mundo diverso, complejo e interconectado, parece un error o una estrechez de miras.

Una tercera consideración, al tener en cuenta los desafíos tan extraordinarios que enfrenta el mundo actual (el cambio climático, el envejecimiento de la población, la autosuficiencia energética, el impacto de la robotización del trabajo, la sostenibilidad de los sistemas de seguridad social…), reside en el hecho de que los derechos humanos podrían concebirse como medios en lugar de fines. Personas y colectivos deberían lograr el disfrute efectivo de sus derechos para poder contribuir a la transformación del actual modelo de organización social que ha generado ambos: el progreso y los desafíos que se encaran. 

1.2 La relación entre la unidad, la diversidad y la justicia

Una vez hechas estas consideraciones, existen al menos cuatro cuestiones que se deben abordar para que los derechos humanos puedan impregnar el cuerpo político y social. La primera se relaciona con los requisitos para la paz, la convivencia y la unidad. La unidad y la cohesión social exigen diversidad. La diversidad no es un lujo, sino que es una característica inherente de la unidad, una propiedad de la misma. De lo contrario, se estaría hablando de uniformidad. Reconocer este hecho ayuda a desarrollar concepciones y actitudes favorables acerca de la diversidad y permite alejarse de nociones que conectan la diversidad con las amenazas. La diversidad es fuente de riqueza y fortalece la unidad, siempre y cuando su gestión sea apropiada. 

La diversidad, además, sólo puede armonizarse si las relaciones entre los grupos están basadas en la justicia social, puesto que las personas y los grupos siempre se sentirán separados y desarrollarán recelos hacia aquellos que se encuentran a una gran distancia en la escalera de la estructura social. Reducir las desigualdades, por tanto, es esencial si lo que se pretende es acercar a las personas y a los grupos de la sociedad. No es realista pensar que, en una sociedad en la que los extremos de riqueza y pobreza se amplían y en la que los privilegios se concentran unas pocas manos, las personas y los grupos se sientan cómodos en compañía de otras personas o grupos a quienes consideran, en un caso, la causa de las de sus desgracias y, en el otro, una amenaza para el mantenimiento de su nivel de vida. 

La segunda es que las sociedades liberales tienen dificultades para comprender la exclusión de grupos enteros. La individualización de la vida social ha sido tan fuerte, que no es sencillo identificar a los grupos que, de manera sistémica, no se benefician de las políticas de desarrollo. Desde otro ángulo, se podría decir que identificar y fortalecer a los colectivos minoritarios que experimentan distintas modalidades de opresión es crucial para lograr empoderarles y asegurar que realizan una contribución singular a la sociedad. Si vemos las sociedades en términos de transición hacia niveles superiores de democracia, madurez, paz, prosperidad, riqueza cultural y desarrollo social, cada pueblo tiene algo único que aportar. Si se permite que las culturas y los grupos minoritarios desaparezcan o permanezcan excluidos de las dinámicas relacionadas con el avance de la sociedad, esta se resentirá y no será todo lo brillante que podría llegar a ser.

Una tercera cuestión reside en el hecho de que la garantización de los derechos en sociedades plurales exige enfoques sistémicos, transversales, colaborativos y multidimensionales que reconocen tanto a las personas como a los colectivos que sirven para vehicular la identidad y el deseo de pertenencia. Esto supone un desafío monumental, puesto que los problemas más serios de hoy son consecuencia indirecta de los dispositivos que hemos diseñado, desde la ilustración y como resultado del proyecto moderno, para lograr el progreso. Es decir, no contamos con instrumentos políticos eficaces para abordar la naturaleza de los problemas actuales. Por ejemplo, gracias a la especialización de la ciencia y a la tecnología, hemos alargado la esperanza de vida y reducido la natalidad; pero este avance, a su vez, ha contribuido al envejecimiento de la población, a la inversión de la pirámide demográfica y al agotamiento de la viabilidad del sistema de seguridad social. La industrialización, con su compartimentalización de las labores de trabajo, ha propulsado el crecimiento económico, pero ha propiciado el deterioro medioambiental. Incluso nuestro sistema de conocimiento es presa de esta fragmentación y especialización —tal como el físico Bohm retrata en su obra clásica La totalidad y el orden implicado—, por lo que reclamar enfoques sistémicos entraña más desafíos de lo que puede parecer a primera vista.

Por último, avanzar en materia de derechos humanos demanda el fortalecimiento de la arquitectura institucional global. En palabras de Martin Albrow, los procesos sociales se han globalizado, pero la política no ha seguido el mismo ritmo. Es decir, no poseemos mecanismos gubernamentales efectivos para abordar cuestiones de derechos humanos en territorios donde el Estado que ostenta su jurisdicción no se compromete con los mismos. Las violaciones de derechos humanos también son universales, por lo que universal ha de ser la respuesta. Avanzar hacia la federalización de las relaciones entre los Estados no debería postergarse y puede verse como el mayor ejercicio de innovación política desde la creación de la ONU y la Unión Europea. 

 

  1. ¿Cómo hacer frente a las dinámicas de polarización, que exacerban las diferencias y dividen y enfrentan a la sociedad?

La polarización afectiva, política, es una tendencia que brotó en los años 60 en EEUU como estrategia para extraer nichos electorales ante la similitud que había entre el partido demócrata y el republicano (Klein, 2020). Los expertos en márketing político observaron la efectividad de dicha estrategia para movilizar votantes y desde entonces se ha ido usando de forma recurrente. Las democracias pueden absorber cierto grado de polarización, pero esta supone una amenaza para la cohesión social, puesto que exacerba artificialmente las diferencias. El recurso al miedo ante las consecuencias supuestamente devastadoras del éxito del contrincante se ha integrado en las campañas políticas de todos los países del mundo occidental.

Esta dinámica se ve agudizada por la naturalización del conflicto y de la competencia que se ha dado en las democracias liberales. Cada subsistema social tiene una lógica, unas claves que guían su funcionamiento. Sin embargo, la competición ha vertebrado todas las facetas de la vida colectiva e impregna las nociones de excelencia, impidiendo toda forma de acción colectiva colaborativa de considerable envergadura. Sin embargo, una sociedad como la actual, que se ha vuelto más compleja e interconectada, no puede seguir basándose en las lógicas de la competición y el conflicto, puesto que los grandes retos señalados arriba han de ser abordados en colaboración. 

Por último, para terminar con este somero diagnóstico, los medios de comunicación, en su deseo de ganar audiencias para atraer contratos publicitarios, han azuzado todavía más la polarización y el conflicto. 

A pesar de lo descrito, la sociedad no está tan polarizada como la política y los medios , aunque las encuestas muestran que cada vez lo está más (Miller, 2020). Superar estas dinámicas requiere actuar en diferentes ámbitos. Aquí se enunciarán cinco: la desnaturalización del comportamiento competitivo, la educación de las nuevas generaciones, la sensibilización y la opinión pública, la acción política y la feminización de la vida social.

Desde el mundo académico, especialmente las ciencias sociales, se podrían emprender proyectos de investigación que pusieran de manifiesto ejemplos de comportamiento individual y colectivo recíproco, colaborativo y altruista. Estos ejemplos también podrían conceptualizarse para cuestionar las bases conflictuales de la vida social desde un punto de vista ontológico y otro funcional. Autores como Emilio Muñoz Ruiz (aunque proceden del ámbito de las ciencias naturales) están haciendo un gran trabajo didáctico y de conexión entre disciplinas, a fin de mostrar que no existen fundamentos biológicos que sustenten la defensa de algunos economistas de que el comportamiento humano es esencialmente egoísta. La biología evolutiva muestra que la cooperación, la regulación y la cultura han jugado un rol fundamental en la evolución biológica, humana y social. También ha existido competición y lucha por la supervivencia pero su papel no ha sido tan medular como se cree. 

En segundo lugar, las nuevas generaciones han de socializarse en ambientes caracterizados por la colaboración, el trabajo en equipo y el intercambio sosegado de ideas. La educación ha de permitir que los estudiantes entren en contacto con perspectivas sociales y políticas muy diversas. Esta es la única forma de cultivar el pensamiento independiente, de fomentar una ciudadanía crítica y de forjar un demos inteligente y responsable. Parte de esta educación implica la alfabetización tecnológica para desenmascarar los efectos polarizantes de los algoritmos, especialmente en las redes sociales. Las redes e internet acercan a las personas a individuos y grupos que piensan como ellas, alejando cada vez más las posiciones entre estos grupos.

La sensibilización y la creación de una opinión pública moderada es una tarea que tanto los medios de comunicación como las organizaciones civiles podrían promover. Lanzar campañas que, por un lado, pongan en valor el debate sobrio y constructivo, la colaboración y las acciones desinteresadas en pos del bien común, y que, por otro, muestren, en términos prácticos, que esos rasgos constituyen hoy imperativos para la supervivencia de la especie y que, por lo tanto, es lo que más interesa a todos, resulta vital.

En cuarto lugar, se ha de reconocer que la acción política es fundamental. En Cómo mueren las democracias, Levitsky y Ziblatt ofrecen múltiples ejemplos de que el sistema político más apreciado en la mayor parte del mundo se resquebraja cuando se cumplen dos condiciones: los adversarios políticos no se reconocen como legítimos; y quien llega al poder aprovecha las instituciones para promover una agenda partidista. Estas dos condiciones se están extendiendo en muchos países. La política, sin embargo, es el sistema que se ocupa del bien público, por excelencia, así que debe ser objeto de innovación. Se necesitan buenas prácticas que inspiren a otros.

En este último sentido, querría llamar la atención sobre tres casos de innovación política que ejemplifican la colaboración, el compromiso con el aprendizaje y el desdén por la polarización: el Lab de gobernanza económica del Ayuntamiento de Torrelodones, el proyecto de la Diputación de Gipuzkoa Udal Etorkizuna Eraikiz y el Plan de Convivencia del Gobierno de Navarra. Eludo el Plan de Convivencia del Gobierno Vasco por razones obvias. 

Una quinta esfera de acción de gran urgencia se vincula con lo que puede denominarse la feminización de la vida social. La paz y el avance en materia de derechos humanos depende de ello. Esta feminización engloba dos procesos interrelacionados. En primer lugar, exige la inclusión de la mujer en todas las esferas y en todos los niveles de la vida política, económica y social, incluyendo los puestos de liderazgo. En segundo lugar, es necesario insuflar en el cuerpo político y social nuevos valores, tales como la empatía, la colaboración, la resolución pacífica de los conflictos, el cuidado o la conversación y deliberación como modos de relación por excelencia. Históricamente, esos rasgos se han asociado con la feminidad, ya sea por cuestiones culturales o biológicas, o por una combinación de ambas. Si no se le presta atención a dicha dinámica, se podría generar una situación en la que las mujeres, a fin de alcanzar posiciones de liderazgo, tengan que asumir los valores y rasgos de la sociedad actual masculinizada. Es decir, han de competir, luchar, actuar sin escrúpulos y ser conflictivas. Por ello, puede ser necesario atender a ambas dinámicas al mismo tiempo: inclusión de la mujer y transformación de los valores que vertebran el sistema social de recompensas y penalizaciones informales que moldean la cultura. 

  1. ¿Cuáles son las principales fuentes de discriminación, como se manifiestan y que estrategias son más efectivas para reducirlas?

En el corazón se la discriminación yacen los prejuicios. Los prejuicios son ideas preconcebidas que nos hacemos de colectivos y que evitan reconocer a cada ser humano como igual en dignidad. Estas ideas que nos hacemos de forma generalizada, en base a experiencias parciales y a comentarios que escuchamos, cumplen una función psicológica y biológica: reducen la contingencia, la incertidumbre, la ansiedad y nos orientan en las relaciones.

Sin embargo, esta tendencia se vuelve problemática cuando se combinan tres factores: nos apegamos a esas concepciones pre-empíricas, atribuimos características negativas al colectivo en cuestión y entra en juego el sesgo cognitivo (una búsqueda de información y experiencias que confirmen nuestras nociones preconcebidas). 

Estos prejuicios sobre colectivos generan una suerte de deshumanización de los mismos, por lo que favorecen su opresión, su dominación y, en palabras de Galtung, la violencia directa contra ellos en última instancia. 

Por ello, parece necesario transitar hacia una noción de la identidad que coloca a los seres humanos en el centro, que reconoce nuestra unicidad esencial como especie, pero que sea lo suficientemente abierta como para permitir el desarrollo y el reconocimiento de las identidades secundarias. Así, la identidad primaria sería la identidad humana, y las secundarias (importantes pero subordinadas a la primaria) girarían en torno a la nacionalidad, el género, la etnia, la ideología, la religión, la orientación sexual, la región de origen, etc. 

Aunque la promoción y el reconocimiento de las identidades secundarias, en contra de lo que Amartya Sen podría plantear, se considera un aspecto consustancial a la condición humana, se ha de tener cuidado con lo que algunos pensadores marxistas denominan la «reificación». Las categorías que diseñamos para describir nuestras identidades colectivas son constructos sociales, no realidades esenciales, por lo que no deben impedirnos ver que quien tenemos delante es otro ser humano. Ese reconocimiento es la base para la superación de la discriminación y para el saludable desarrollo de las identidades secundarias. 

Por último, señalar que el conocimiento y la educación han de constituir la estrategia central de toda política de combate de la discriminnación. Pero no meramente y conocimiento académico y factual, sino también un conocimiento experiencial —a través de la interacción—, relacionado con los encuentros improbables entre diferentes a los que refieren los antropólogos No obstante, después han de identificarse las formas que adopta la discriminación en una sociedad específica. El diferente acceso a la educación, las oportunidades económicas y laborales dispares, los discursos y delitos de odio contra colectivos particulares, la marginación de comunidades lingüísticas, la asignación dispar de recursos para poblaciones o regiones específicas, el desempeño escolar variado, pueden representar diferentes formas de opresión que conllevan cierta discriminación. El plan de Convivencia y Derechos Humanos del Gobierno de Navarra, que se encuentra en debate dentro del equipo de gobierno, tras un largo proceso participativo y de reflexión, incluye una amplísima sección sobre la necesidad de abordar las muy polifacéticas formas de discriminación prevalecientes de dicha comunidad autónoma.

  1. ¿Qué modelos de gestión de la diversidad han sido más exitosos y por qué?

Se suele hablar (usando los tipos ideales de Weber) de cuatro modelos de gestión de la diversidad y de la integración: el asimilacionista, el multicultural, el intercultural y el alemán tradicional.

El alemán tradicional no es un buen ejemplo, puesto que se basa en el trato a los turcos que llegaron al país para trabajar por la reconstrucción de Alemania. Se les trataba como trabajadores visitantes, por lo que no hubo un esfuerzo por ayudarles a formar parte de la sociedad alemana. 

El modelo asimilacionista adopta como ejemplo las pautas de integración republicanas francesas. Este modelo toma a las personas como eje de las políticas de integración. Plantea un marco normativo y unos principios y valores comunes y se fundamenta en la idea de que todas las personas tienen espacio en la sociedad, siempre y cuando acepten las normas, los principios y valores del marco. El problema principal de este modelo es que relega las identidades colectivas al ámbito de lo privado, por lo que engendra formas sutiles de discriminación. Además, aunque se fundamenta en el supuesto de que todas las personas tienen igualdad de oportunidades, aquellas que se llaman Shahab o quienes responden al nombre de Ahmed no son recibidas de la misma forma por la administración pública, cuánto menos por las empresas que ofrecen trabajo.

El modelo multicultural, prevalente en Reino Unido, parte de la premisa opuesta al modelo republicano asimilacionista: lo que importa es fortalecer las identidades colectivas, puesto que estas contribuyen a la cohesión social, enriquecen a la sociedad y permiten la libre expresión cultural de la persona. Este modelo, que asigna recursos a los grupos (incluyendo cuotas políticas en ocasiones) y se relaciona con la localización geográfica de los mismos, ha producido guetos y colectivos que han forjado mini sociedades al borde del margen de los valores y el marco de convivencia común.

El modelo intercultural aspira a reconocer la dimensión colectiva de la vida social y el papel de las identidades grupales, al tiempo que coloca a la persona en el centro. De este modo, intenta trascender la dicotomía entre la persona y el grupo como agentes primordiales de la vida social. Además, plantea la necesidad de generar espacios de interacción entre grupos y culturas, a fin de que estas se modifiquen mutuamente y se entrelacen de manera orgánica en una misma sociedad. 

Ahora toca hacerlo funcionar en la práctica.

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