El ataque a Ucrania representa una gran paradoja: existe un derecho internacional público que claramente contempla la posibilidad de emprender intervenciones internacionales para proteger a los civiles o reducir colectivamente a países que usan la guerra con fines no defensivos (como Rusia); pero no disponemos de arreglos políticos globales efectivos para hacerlo.
El Consejo de Seguridad de la ONU, encargado de velar por la paz y seguridad mundiales, contiene a Rusia y a China como miembros permanentes con poder de veto. Aunque la acción rusa es injustificable, mi hipótesis es que se han dado ciertos procesos macro sociales que han favorecido indirectamente la agresión. A continuación, intentaré apuntar tanto a algunos de esos hechos como a ciertas alternativas que la Unión Europea podría tomar.
Lo países de la Unión Europea depositaron gran parte de la responsabilidad por su seguridad en la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), un organismo de defensa colectiva, liderado por Estados Unidos, creado al tiempo que la ONU para defender los intereses occidentales contra el comunismo soviético. La ONU (que incluía a la URSS) pretendía preservar la paz mundial, pero Occidente creaba también su propia organización porque concebía a la URSS como amenaza. La OTAN simboliza esa guerra fría, por lo que su ampliación hacia el Este, hacia antiguas repúblicas soviéticas, se interpreta en Rusia como un cerco amenazante. El intento de Ucrania de unirse a la OTAN ha sido un detonante. La Unión Europea ha sido probablemente la región del mundo con más éxito en términos de pacificación a través de la integración política y la profundización de la interdependencia y el comercio. Los Estados Unidos de Europa, no obstante, no han llegado a existir, en parte, porque la defensa europea estaba delegada en la OTAN. Cuando Trump anunció su cese de apoyo a la OTAN, la Unión Europa se dio cuenta del problema de dependencia defensiva. ¿No es posible que la Unión Europea siga integrándose y, además, extendiendo su territorio hacia el Este, sin descartar a Rusia? La expansión oriental de la OTAN transmite la idea de amenaza, mientras que la expansión de la Unión Europea suscita expectativas de beneficios e identidad compartidos, de interdependencia. Esto puede sonar idealista, por lo que una perspectiva menos ambiciosa consistiría en que la Unión Europea asumiera su propia defensa y concluyera su integración política.
La situación humanitaria en las provincias independentistas de Ucrania merece especial atención: es uno de los argumentos rusos para revestir de legitimidad la invasión. La ONU debería enviar observadores internacionales a Donetsk y Lugansk, para disipar toda sombra de duda acerca del comportamiento de Ucrania desde la firma de los acuerdos de paz de Minsk en el 2014. Putin los considera rotos unilateralmente por Ucrania. La ONU, en febrero, publicaba una noticia anunciando que el fiscal de la Corte Penal Internacional abría una investigación sobre posibles crímenes de guerra y de lesa humanidad en Ucrania. Este es un paso en una buena dirección que podría complementarse con la medida propuesta aquí.
Lo descrito no legitima en lo más mínimo el ataque de Rusia, ni su deseo de desmilitarizar Ucrania, ni su llamamiento a que los militares ucranianos den un golpe de Estado para simplificar la negociación con Moscú. Traspasar una línea roja tan peligrosa para la paz mundial no puede obviarse: daría alas para acciones similares de Rusia u otros países. Sin embargo, cualquier acción militar contra Rusia, dentro o fuera de Ucrania, tendría consecuencias mundiales devastadoras, tanto para Ucrania como para Rusia y Europa. Asimismo, armar a Ucrania es una estrategia peligrosa. Otras experiencias históricas, como las de Afganistán (1978-1992) y Siria, muestran que armar a una población es una bomba de relojería cuyo lugar y rango de explosión son impredecibles.
Denuncias sin ambages del mayor número de Estados, diplomacia y sanciones económicas parecen la única vía inmediata. A Rusia le importan las sanciones: la inflación, la congelación de fondos y el cierre de posibles mercados para la venta de gas le perjudican. Aunque parezca una superpotencia, su economía no es robusta, las desigualdades internas son galopantes, está amenazada por grupos terroristas y existe disidencia. En el medio plazo, la reducción de la influencia de la OTAN (hasta su eventual disolución), el fortalecimiento de la política exterior y de defensa europeas y la expansión de la Unión hacia el Este, deberían ser el camino. Finalmente, la transformación y universalización del sistema de seguridad colectiva de la ONU, como único marco para dirimir conflictos internacionales, pero democratizado y dotado de capacidad coercitiva indiscutible, parece el proyecto colectivo imprescindible para que la humanidad no sea finalmente extinguida por las amenazas que ella misma produce. Si la federación de los Estados Unidos del mundo se demora demasiado, puede que, lo que a veces se ve como utopía, sea recordado como la solución práctica que por estrechez mental no se pudo ensayar pero que hubiera impedido que la civilización sucumbiera ante la barbarie.
Sergio García Magariño Sociólogo y profesor de la UPNA. Autor del libro Desafíos del sistema de seguridad colectiva de la ONU: análisis sociológico de las amenazas globales (CIS, 29016)