¿Qué vías de salida tiene Venezuela?
Por Sergio García Magariño*.- / Noviembre 2019
Mis recientes viajes a Bolivia, así como la relación con amigos colombianos y con estudiantes universitarios venezolanos han acrecentado mi preocupación por Venezuela y, actualmente por Bolivia. Pero aquí solo voy a hablar de Venezuela.
Se apoye o se rechace al régimen de Maduro, que la situación de Venezuela es crítica es un hecho contrastado más allá de ideologías. Con independencia de lo que haya conducido a un país tan rico cultural y geográficamente a una condición tan extrema, lo que urge es determinar las vías de salida pacífica que se presentan ante él. Aquí proponemos cuatro escenarios posibles, tratando brevemente de analizar sus ventajas e inconvenientes: la imposición, la intervención exterior, la negociación parcial y una suerte de proceso de paz.
El primer y menos probable escenario es que alguno de los dos bloques se impusiera definitivamente sobre el otro o desistiera de su lucha. Este horizonte hipotético, además de iluso, generaría un contexto de orden inestable que iría carcomiendo los sectores vencidos y abriría el conflicto a medio plazo. Ante este panorama, una guerra civil en la que terceros países apoyaran con armas y entrenamiento a las diferentes facciones no estaría lejos. Las consecuencias de la guerra y de la violencia son catastróficas y difíciles de superar durante generaciones. El odio entre grupos se exacerba y la economía se trastoca por décadas. Además, la región entera, con las interdependencias que la caracterizan, se desestabilizaría, retrasando o postergando los procesos de crecimiento económico y de desarrollo social que tiene en marcha.
El segundo escenario que ha estado en el debate es una intervención exterior. La única opción de intervención viable sería una acción unilateral estadounidense, ya que para que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobase una intervención de cualquier índole, debería contar con el beneplácito de los cinco miembros permanentes: China, Rusia, EEUU, Francia y Reino Unido. Ni Rusia ni China estarían dispuestos a ello, por lo que usarían el veto. Francia y Reino Unido, aunque pueden dejarse influir por EEUU, es poco probable que se unieran a la iniciativa ya que el principio de responsabilidad de proteger solo se activa ante situaciones flagrantes de violencia y de uso del ejército de manera ilegítima contra la población. Este escenario, además de ser improbable, sería el más peligroso, ya que no solo abriría la lucha armada en el interior de Venezuela, sino que implicaría a los aliados de unos y otros grupos en una guerra indirecta, trastocando también el orden ya inestable de la región como en el caso anterior.
La tercera vía es una profundización del acuerdo que el chavismo ha logrado con uno de los grupos minoritarios de la oposición. Aunque el pacto haya sido con una facción pequeña que representa a un minúsculo porcentaje del pueblo venezolano, puede que sea suficiente para decantar la balanza del lado del chavismo. Durante los últimos años, el país ha estado prácticamente dividido al 50% entre quienes apoyan al régimen y quienes se oponen a él. Por ello, y si el chavismo no sigue perdiendo adeptos, el acuerdo con dicho corpúsculo de la oposición puede volver a dotar al chavismo de mayoría en el parlamento. Sin embargo, también es poco probable que el grupo de la oposición se preste a formar gobierno con Maduro o a apoyarle. Parecería que lo que pretende es desatascar una situación insoportable que amenaza, por un lado, con dejar al país durante décadas sin gobernabilidad y sin posibilidad de recuperarse económicamente y, por el otro, con generar tal fractura social que desate un conflicto armado en cuanto la oposición reciba las armas que necesite o deserten secciones importantes del ejército.
El último horizonte que se presentará a continuación sigue siendo poco probable, pero creo que es la solución más racional. El estado en que se encuentra Venzuela exige un nivel de responsabilidad por parte de todos los grupos implicados en el conflicto poco usual. También requiere la acción de la comunidad internacional y el compromiso de los medios y de la sociedad civil para establecer un proceso de transición similar al experimentado en Colombia y efectuado bajo el enfoque de la justicia transicional. A pesar de que la violencia no ha escalado como podría haberlo hecho, la sociedad está tan colapsada que no puede salir adelante por sí sola: la moneda no tiene valor, la crispación social es muy amplia, no hay alimentos ni productos suficientes, los líderes no se prestan al diálogo ni renuncian a sus aspiraciones máximas y todo el mundo dentro y fuera de Venezuela ha tomado partido sin pensar en la reconciliación. El mero hecho de hablar sobre Venezuela despierta la animadversión de quien interpreta que no se está señalando al verdadero culpable: el otro.
A pesar de que el proceso de paz de Colombia bajo el estandarte de la justicia transicional es criticado y no se ha concluido —los procesos de paz y de transición son por naturaleza largos—, muestra algunos de los pasos que se han de dar para caminar hacia la paz y la reconciliación social. Galtung, en su teoría sobre la paz y la resolución de conflictos, también arroja luz sobre los ámbitos que deberían trabajarse en Venezuela. Por un lado, el primer paso es la negociación para que la represión por parte del gobierno y el boicot de la oposición pudieran alcanzar una tregua. Durante esa tregua, deberían iniciar un proceso de consulta y deliberación fuera de los focos de los medios, para llegar a acuerdos de mínimos. En esos acuerdos, el chavismo tendría que estar dispuesto a renunciar a su proyecto de transformación desde arriba y a aceptar que el pueblo venezolano no es una entidad homogénea. Por otro lado, la oposición tendría que aceptar que la confrontación directa y el boicot solo pueden traer más problemas, ya que el apoyo al régimen chavista, aunque decreciente, no desaparecerá por un cambio eventual de gobierno.
En esos acuerdos, deberían abordarse otras cuestiones, tales como asegurar la separación de poderes, el fortalecimiento de la democracia y el respeto a la libertad de prensa y de expresión. La reducción de las desigualdades a través de medidas que no hagan peligrar la cohesión social y de la búsqueda de modelos alternativos de desarrollo sostenible local debería ser uno de los ejes de los acuerdos. Otros dos compromisos vitales de ambos bandos habrían de ser la deslegitimación de la violencia como medio para lograr fines políticos, la desconexión con las guerrillas y paramilitares y la desaparición de la connivencia con el narcotráfico. Por último, la cuestión de la educación de las nuevas generaciones y de la población en general en el reconocimiento de la igualdad en dignidad de todos los seres humanos, más allá de su ideología, etnia, género o nacionalidad, ser torna axial, puesto que en el nivel más profundo de la vida social, la violencia se sostiene sobre prejuicios, estigmas y nociones de sentido común construidas socialmente que hacen ver al otro desde categorías que oscurecen su condición de humano y que, por tanto, lo cosifican.
Este proceso de transición solo puede llevarse a cabo mediante el concierto del gobierno, el sector empresarial y la sociedad civil organizada. Representantes políticos, periodistas, empresarios, activistas, religiones, académicos, trabajadores tienen un rol importante que jugar ya que trabajan con gente.
Ojalá esta cuarta alternativa, u otra similar, sea la salida que se escoja para Venezuela.
- * Sergio García Magariño es Doctor en sociología con mención internacional (UPNA). I-Communitas, Institute for Advanced Social Research