Que el planeta se encuentra al borde del colapso comienza a ser un enunciado sobre el que la comunidad científica no tiene la menor duda. La pregunta ha pasado de ser ¿es la crisis ambiental una opinión subjetiva o un hecho? a ¿qué podemos hacer para ralentizar y, a largo plazo, revertir, el impacto ambiental que amenaza la supervivencia sobre la tierra?
Si hay un problema contemporáneo que muestra con más claridad que ningún otro la necesidad de globalizar nuestros procesos políticos y de gobernanza global, ese es el problema ambiental. Ningún gobierno, ninguna empresa, ninguna organización, por muy poderosos que sean y por muchos recursos con los que cuenten, puede atajar este problema por sí solo.
A pesar de que los científicos ambientalistas, los físicos y los biólogos reconocen prácticamente en su totalidad esta problemática, no ocurre lo mismo con aquellos con posiciones de liderazgo en el mundo, ya sea político o económico.
El negacionismo ha sido —y es— un impedimento para la búsqueda de soluciones, ya que, si no se reconoce un problema, tampoco se buscan respuestas. No obstante, existe otra postura, más sutil, que dificulta también la búsqueda de soluciones: la confianza exagerada en la tecnología.
Que la tecnología facilita la vida humana y que ha sido la causa de mejora de muchos aspectos de la vida económica y social es innegable. También es innegable que la tecnología genera problemas cuando no se es capaz de identificar los valores que subyacen a cada dispositivo ni de prever el impacto que tendrá su utilización e incorporación a la vida colectiva, especialmente cuando se hace de manera masiva.
Existen diferentes posturas filosóficas que nutren las políticas públicas sobre la materia y que rara vez son examinadas fuera de las fronteras del gremio de los filósofos. Quizá las cuatro más comunes sean: a) equiparar la tecnología con el progreso, b) considerar la tecnología como algo negativo y la vuelta a estados premodernos como el camino más deseable, b) concebir a la tecnología como algo neutro que simplemente hay que aprender a aplicar para el beneficio de la humanidad y, d) reconocer que cada instrumento tecnológico es portador de ciertos valores y que su uso conlleva la participación y ser socializado en los mismos.
Las dos primeras posturas son difícilmente sostenibles hoy día, ya que pocos dirían, en la línea con la primera corriente, que la bomba atómica o las armas biológicas son esencialmente positivas y conducen al progreso humano; o, en línea con la segunda, que la tecnología es nociva, ya que el aumento de la esperanza de vida, por poner un ejemplo, es en gran parte el resultado de las técnicas vinculadas con la vacunación, los antibióticos y la salubridad.
Cuestionar la idea de que la tecnología es neutra, no obstante, es más desafiante. La intuición y el sentido común parecen indicar que un objeto como el coche, el bolígrafo, el ordenador o las aplicaciones informáticas no pueden tener valores, ya que los valores son propiedad exclusiva del reino humano. Sin embargo, cuando se reconoce que detrás de la creación de cada instrumento tecnológico hay una intención, un objetivo, un valor que determina su forma y que se transmite con su uso, la situación cambia. Poner de relieve esos valores, hacer explícitos los supuestos y las intenciones que subyacen a dichos instrumentos, es una capacidad básica para poder decidir si utilizar o no y, si se decide utilizar, para decidir cómo hacerlo, cierto dispositivo tecnológico.
El determinismo tecnológico todavía dificulta más la reflexión y la acción sobre la tecnología. ¿Para qué pensar en tomar decisiones cuando la tecnología tiene su propio curso, marca su propia dirección? ¿Para qué actuar si el único principio que debe guiar el desarrollo tecnológico es «si algo se puede hacer, hagámoslo»?
El descuido del medio ambiente, así, se justifica con la esperanza de que una nueva innovación tecnológica resolverá el problema en el futuro. Tal afirmación es altamente problemática, pero todavía resulta más problemática cuando el determinismo tecnológico se filtra en el pensamiento y en la definición de las políticas, ya que, incluso partiendo de la premisa —errónea, según las mismas predicciones de los biólogos— de que el calentamiento global puede tener una solución técnica, si no se pueden tomar decisiones sobre qué tipo de tecnología desarrollar, ni siquiera se puede buscar deliberadamente una solución técnica a tiempo.