Cuando se habla de terrorismo yihadista, rara vez se piensa en Rusia. Sin embargo, en los últimos años ha sido tanto objeto de atentados yihadistas como estratega hábil que ha usado la denominada lucha contra el terror, abanderada en inicio por Estados Unidos, para abordar problemas internos como los movimientos separatistas chechenos. Por ejemplo, la región de Asia Central, compuesta por Estados que fueron satélites de la Unión Soviética (como Uzbekistán y Tajikistán), es la principal exportadora de terroristas yihadistas per cápita; mientras que Rusia, con más de 3 500 yihadistas globales, es el primer Estado exportador.
Además, algunas comunidades inmigrantes en Rusia procedentes de la región señalada de Asia Central, quienes sienten que son tratados como ciudadanos de segunda, parecen estar radicalizándose. No es casualidad que muchos de los atentados globales más sonados fueran perpetrados por ciudadanos rusos procedentes de esas minorías. Rusia, además, es objetivo prioritario tanto de Al-Qaeda como del Daesh.
En el libro Violencia, política y religión: una teoría general de la radicalización violenta, publicado recientemente por Catarata, por un lado, ofrezco una explicación teórica del proceso de radicalización violenta que impulsa a individuos y a grupos a unirse a organizaciones terroristas que usan la violencia con fines políticos; y, por otro, analizo casos, como el ruso (además del de las FARC y el ELN en Colombia, el IRA en Irlanda, ETA en el País Vasco, el yihadismo en España y en Cachemira, el terrorismo judío y los suicidas palestinos o el extremismo en EE. UU.), donde se testa la teoría. Antes de entrar en detalles, sin embargo, puede ser útil una pequeña aclaración sobre el uso de la noción de “teoría” en el ámbito científico.
El lenguaje popular suele asociar el concepto de teoría con especulación sin fundamentos empíricos, en contraposición con la realidad, la verdad o los hechos. El tópico “eso, en teoría, pero en la realidad…” es un buen indicador de ese significado que se le atribuye. Sin embargo, en ciencia, cuando unos enunciados complejos y ordenados alcanzan el estatus de “teoría” significa que la comunidad científica acepta tal planteamiento como una de las explicaciones más sólidas, sofisticadas y completas de un fenómeno natural o social que se puede investigar de manera empírica.
En definitiva, la teoría aspira a explicar las causas de un fenómeno con precisión y rigor, tras mucha observación de hechos empíricos y revisión pormenorizada de la literatura científica y los estudios del tema en cuestión realizados en distintos contextos. El libro citado utiliza la noción de teoría en esta segunda línea.
La pregunta de fondo es: ¿pueden tener casos tan dispares explicaciones comunes, más allá de ideas vagas difíciles de “falsar” en términos popperianos? Veamos pues.
Teorías sobre la radicalización violenta
En otras publicaciones ya examiné algunas de las teorías prevalentes sobre la radicalización violenta (las escalonadas, la pirámide, la doble pirámide, el modelo ABC, el puzle de la radicalización, los agravios, las redes, el papel de los agentes…), así como la tensión entre quienes enfatizan los factores cognitivos y quienes, como Oliver Roy, buscan explicaciones estructurales relacionadas con el comportamiento violento, minimizando la influencia de las ideologías o de la religión. En todas existen “eslabones perdidos” que, con mayor o menor éxito, hemos intentando rellenar.
La estructura moral del comportamiento y la inserción dentro de una comunidad de propósito podrían ser los elementos clave, tanto para la radicalización como para la prevención y la desradicalización de individuos y grupos. La estructura moral no es un ente psicológico, sino que tiene que ver con la internalización de ciertas dinámicas sociales como resultado del proceso de socialización. Se erige sobre, al menos, cuatro componentes que interactúan de manera sofisticada a través del lenguaje: a) las convicciones y creencias; b) las pautas o patrones de pensamiento, sentimiento y comportamiento adquiridos; c) las competencias de control emocional y d) la capacidad de prever las consecuencias de las acciones.
La relación con elementos religiosos
Este primer factor contribuye a la radicalización violenta de las personas de distintos modos. En primer lugar, quienes tienen convicciones fuertes relacionadas con la posibilidad e incluso la necesidad de usar la violencia, asociadas con elementos ideológicos o religioso-normativos, reciben un impulso facilitador, pero esto no es suficiente. De hecho, solo un porcentaje ínfimo de quienes justifican y abogan por la violencia termina ejerciéndola.
El segundo componente, el de las pautas de comportamiento adquirido, también pesa. Las personas que han vivido en contextos familiares marcados por la violencia, que han usado la violencia y roto las normas previamente, que tienen entrenamiento militar y que han sido socializados en una cultura de la violencia, han roto barreras de control social que impiden a otros unirse a grupos que ejercen la violencia con fines políticos. Esta segunda fuerza, en ausencia de convicciones fuertes, podría ser la que identifica Olivier Roy, por ejemplo, en Jihad and Death.
La tercera capa de la estructura moral, la de las competencias de control emocional, también es fundamental. Quienes no tienen competencias de autocontrol dan expresión violenta a la indignación o sentimientos adversos con mayor facilidad. Por último, la capacidad de prever las consecuencias, ligada a lo que los sociólogos llaman el “control social” y al lenguaje, empuja en una dirección o en otra, ya que permite anticiparse a lo que puede suceder en función de si se opta por un comportamiento u otro.
A pesar de la influencia de la estructura moral, la radicalización violenta parece producirse en comunidad. La idea de los lobos solitarios, que se radicalizan a sí mismos y atentan sin conexión con redes, es espectacular desde la óptica mediática, pero prácticamente inexistente cuando se examinan detenidamente los supuestos casos.
Radicalización en compañía
La radicalización violenta se produce en compañía, por lo que aquellas personas desarraigadas de una familia, de una comunidad (religiosa o secular) y de la sociedad son más susceptibles de unirse a grupos y comunidades con fuerte sentido de misión (aunque sea fatal) que otras.
Pero volvamos al caso ruso. Curiosamente, los terroristas que han atentado en Rusia en los últimos años eran jóvenes con educación superior a la media de la población, con experiencias migratorias vinculadas a una fuerte frustración de expectativas de integración y de movilidad social, que habían experimentado un acontecimiento vital o familiar traumático, con poco conocimiento religioso, que habían sufrido un proceso de radicalización y adoctrinamiento exprés, con conexiones previas con la violencia (en el ejército, el crimen o deportes de contacto) y que habían sido reclutados por conocidos.
En futuros artículos intentaremos aplicar las nociones de estructura moral y de comunidad con propósito para desglosar algunos de los casos específicos identificados arriba.