Causas de los últimos movimientos migratorios forzados
El debate público sobre los refugiados en Europa se ha abordado en los últimos años desde la perspectiva de las cuotas, los mecanismos de integración y las estrategias de contención con mayor intensidad que desde la óptica de las causas profundas subyacentes al problema. Este artículo pretende arrojar algo de luz sobre esa dimensión del problema, partiendo de la premisa de que una buena definición de un problema social porta la semilla de su solución.
En relación a las causas principales relacionadas con lo que se ha llegado a conocer como «el problema de los refugiados», éstas pueden agruparse en diferentes capas de profundidad.
En el nivel más superficial, aparecen al menos tres causas: los últimos conflictos de Medio Oriente y de África, especialmente en Siria, Iraq, Libia y Mali, que obligan a las poblaciones a salir y eludir los males concomitantes a la guerra (Loescher, 1993). La expansión del fundamentalismo, el impacto consiguiente y los estallidos de violencia étnica en esas mismas regiones se pueden colocar en este nivel de causalidad (Zaragoza, 2015).
En un nivel más profundo, se observan otras causas no siempre reconocidas: la pobreza estructural y la opresión relacionada con ella que fuerza los desplazamientos y hace de caldo de cultivo para otros males sociales; la degradación medioambiental y los desastres naturales (IOM, 2008), fruto, en muchas ocasiones, de una relación de explotación entre el hombre y la naturaleza; las tensiones y mafias suscitadas por la búsqueda de recursos naturales, ya sea petróleo, coltán u otros (Rubinov, 2016; Black, 2011); la expansión de la cultura del consumismo que legitima la explotación ilegítima de ciertos minerales para fines particulares; la ineficacia tanto del sistema de seguridad colectiva de la ONU para mediar ante conflictos y para prevenirlos, como de las políticas de ayuda al desarrollo; la segregación de las mujeres de los procesos de toma de decisiones; todo ello incita la salida y los movimientos migratorios.
Ya en el corazón de estos movimientos se pueden identificar otras causas desatendidas pero fundamentales: la raíz del problema. La sociedad se ha globalizado; la cultura, los medios de comunicación, la tecnología, el transporte, la economía, la ciencia y los problemas también, pero la política no ha seguido el mismo ritmo, generándose así un gran déficit de gobernanza (Vietti & Scribner, 2013; Joensson, 2010). La competición y el conflicto son los principios que rigen las relaciones entre las personas y entre los Estados, y la lucha por la supervivencia —una característica animal— domina la conciencia humana y configura las relaciones. Los prejuicios ideológicos, de género, de nacionalidad, de raza o de religión azuzan los conflictos, impiden la acogida, generan barreras artificiales y no permiten apreciar la identidad humana compartida por todos (Francis, 2015; Betts, 2013).
En lo que respecta la responsabilidad de Europa en la acogida, algunas cuestiones estructurales y otras conceptuales dificultan la canalización de la buena voluntad. Aquí aparecen algunos ejemplos:
- Al proyecto europeo le falta avanzar en términos de unidad política.
- El interés nacional domina las relaciones entre los Estados a pesar de querer estar unidos.
- El miedo a lo diferente y la islamofobia se han ido fortaleciendo durante los últimos años.
- No hay un modelo efectivo de integración social: el alemán, el francés y el inglés parecen haberse agotado.
- Existe una noción de la identidad europea que no se corresponde con el momento actual, sino que rememora una supuesta identidad (religiosa) cristiana, de gente blanca. Sin embargo, los musulmanes son europeos y los afroeuropeos, los asiático europeos, los latino europeos también.
- La expansión de la xenofobia y la canalización de ésta por parte de partidos políticos dificulta las políticas de acogida e integración.
- Los derechos humanos, seña de identidad europea, parecen están subordinados en la práctica a la economía y a la condición de ciudadano.
- Se ha configurado un sistema social poco hospitalario.
- El individualismo, el interés nacional, el consumismo y la competición, desafortunadamente, son los principios más importantes que vertebran la sociedad europea.
- Europa tiene responsabilidad directa en algunos de los conflictos que están produciendo refugiados: ha entrado en guerras, ha vendido armas a los diferentes grupos, ha intervenido en operaciones militares de dudosa legitimidad.
- El prejuicio impide ver los análisis objetivos sobre el impacto de los refugiados en los países de acogida, que muestran, por ejemplo, que en cinco años el dinero invertido en ellos, cuando se acompaña de políticas de empleo, se dobla por los ingresos que reportan (Kingsley, 2016).
Estas deficiencias de las políticas europeas no son simplemente responsabilidad de sus líderes. Todos debemos buscar soluciones creativas a los desafíos que enfrentamos sin depositar la responsabilidad en los demás.
Al analizar las causas de los movimientos migratorios forzados y de las dificultades de Europa para contribuir a su acogida e integración, se pueden identificar algunos principios que podrían contribuir a humanizar y mejorar la gestión de esta crisis humanitaria. La hospitalidad, una virtud común a todas las tradiciones religiosas, destaca entre ellos (Kirillova, Gilmetdinova & Lehto, 2014).
La hospitalidad es tanto una virtud individual como un principio de articulación de la sociedad que puede manifestarse en comportamientos personales, así como en leyes y estructuras sociales. Además, la hospitalidad es una de esas nociones que, como se ha señalado, aparece en todas las religiones y que, en cierta manera, simboliza la unidad subyacente a todas ellas. La hospitalidad en el Islam adoptó formas mucho mayores que con anterioridad. Se reflejaba tanto en el comportamiento de los individuos que se desvivían por servir a la gente que iba a su casa, como en las estructuras que surgieron: hospital-es, hospi-cios para viajeros, alojamientos para gente que iba a hacer el peregrinaje
Hoy día fortalecer la hospitalidad tendría grandes implicaciones para afrontar algunos de los problemas que vivimos: acoger a inmigrantes, a refugiados, dar asilo a gente que sufre, contribuir a que desaparezcan las guerras, fortalecer las políticas de desarrollo, emprender iniciativas denodadas por erradicar la pobreza, tratar con bondad al medio ambiente para ser hospitalarios con las generaciones futuras… Todo esto tiene relación con la hospitalidad y, de nuevo, existe una faceta individual y otra colectiva. Como personas, podemos intentar acoger a gente, tratarles como si fueran de nuestra familia. Colectivamente, podemos también establecer mecanismos para no dejar fuera a nadie.
Los sistemas sociales, por tanto, también pueden ser más o menos hospitalarios. Algunos sistemas sociales no son nada hospitalarios, ni siquiera para los ciudadanos del Estado: no se preocupan por las desigualdades excesivas, por la seguridad social para los más desfavorecidos, por la educación… Hay muchos países así. Otros sistemas sociales pueden considerarse hospitalarios con limitaciones: acogen bien a las personas con ciudadanía o nacionalidad o procedentes de países con convenios, pero rechazan a los no ciudadanos o no nacionales. Hay algunos sistemas sociales así en el mundo y la socialdemocracia aspira a ello (Fermin & Kjellstrand, 2005).
Sin embargo, y con esto concluimos, también puede haber sistemas sociales con hospitalidad universal que acojan y protejan a las personas por su mera condición de seres humanos, sin importar la ciudadanía o la nacionalidad. Este debería ser el estándar.
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