Esta investigación tiene como foco de atención el sistema de seguridad colectiva de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y las formas en que este se ha activado en determinados casos, con el fin de analizar algunas fuerzas políticas que condicionan su funcionamiento y su efectividad más allá de los principios que lo sostienen. Con todo, la elección de este caso de estudio no proviene de un interés exclusivo en el sistema. El interés central es comprender las grandes y profundas transformaciones globales que están aconteciendo en la actualidad. Estas transformaciones que se manifiestan nítidamente en los procesos económicos, culturales y tecnológicos, haciendo que estos se hayan globalizado, están siguiendo un curso más lento en el ámbito político. Este ritmo puede ser causado por la resistencia a trascender el principio de soberanía nacional ilimitada, el cual, a pesar de haber sido muy útil desde los tratados de Westfalia, puede suponer hoy día un lastre en los esfuerzos por reconfigurar un orden internacional justo. La pregunta que emerge de estas reflexiones es: ¿cómo gobernar las dinámicas de un mundo global si la política no se globaliza?
El análisis hecho por Alexis de Tocqueville de los largos y revolucionarios procesos sociales de democratización que desembocaron inicialmente en la Revolución Francesa y, a la postre, en el Estado moderno, puede ser de utilidad para comprender mejor el desequilibrio que produce un mundo globalizado carente de gobierno central. La centralización del poder político y la descentralización de la administración parecerían despuntar como dos de los requisitos para la buena gobernabilidad de una sociedad democrática. Los Estados modernos necesitaron de estas condiciones para regular sus procesos y conflictos internos.
Incluso la primera exclusivamente (la centralización del poder político, o mejor dicho, de la autoridad), que Norbert Elias vería en términos de monopolización de la violencia legítima por parte de un poder centralizado, pudo pacificar en cierta medida la vida conflictiva de la Baja Edad Media. Por ello, analizar la configuración política del orden internacional parece tornarse vital si queremos comprender la eficacia de este orden para dirimir cuestiones globales. El sistema de seguridad colectiva, como veremos, vendría a ser un indicador de ese proceso emergente de globalización de la política.
La respuesta a y la producción de los riesgos globales son un aspecto central en esta investigación. Sin embargo, no se aborda desde una postura que recurre a los riesgos identificándolos como la seña distintiva de esta época. Por el contrario, estos riesgos se verán como una consecuencia natural de los defectos de un orden internacional configurado por múltiples agentes, y donde los Estados nacionales se debaten entre el deseo por constituir una sociedad global equitativa y pacífica, y la resistencia a abandonar la mencionada noción de soberanía. Esta tensión entre la necesidad de gobernar un mundo global y la resistencia a la renuncia parcial de soberanía podría generar la paradoja de un orden internacional que intenta configurarse para responder a unas amenazas que él mismo produce. El caso del terrorismo internacional de corte islámico es uno de los ejemplos más ilustrativos de esta dinámica.
Norbert Elias, en su estudio clásico El proceso de civilización vislumbra una tesis que podría servirnos de hipótesis de partida. Al analizar el paso de las sociedades caballerescas a las sociedades cortesanas observa dos procesos paralelos. El primero implica el ordenamiento, refinamiento y reducción de la agresividad y el riesgo en la vida cotidiana. El segundo, relacionado con el primero, supondría la monopolización progresiva de la violencia legítima por parte de un poder central. De este modo, propulsadas por otros factores de índole económica, las sociedades caballerescas y feudales, muy propensas a vivir en un estado de violencia, pudieron dar lugar a otro tipo de sociedades más pacíficas y avanzadas, cercanas al Estado nacional moderno. La eliminación de la violencia en la vida cotidiana, contraria a la tesis hobbesiana, no se da por la imposición de la fuerza por parte de la nueva autoridad central, sino por la desafección generalizada hacia la violencia: esta comienza a ser mal vista.
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