La cultura de la administración pública en España en lo que concierne a la valoración de las políticas se inclina más hacia la corrección procedimental que hacia la evaluación del impacto, hacia el activismo que hacia los resultados. Esto produce una suerte de paradojas, de consecuencias no intencionales que se camuflan tras los protocolos. La denominada “tasa google” —los impuestos sobre las transacciones financieras y ciertos servicios digitales— y la respuesta de Amazon es un ejemplo paradigmático.
Que las transacciones financieras benefician a las élites económicas y a quienes más tienen es un hecho consabido. Lo que no es tan conocido es el hecho de que internet y la digitalización se han expandido a la par de un relato mítico, cuasi religioso, que ensalzaba su potencial económico y democratizador, y que enmascaraba las desigualdades inherentes a su modelo expansivo. Por poner un ejemplo, aunque internet favorece la creación de negocios impensables hace años y ofrece múltiples opciones a clientes y ciudadanos, progresivamente nos ha vuelto más dependientes de un número cada vez menor de empresas, de un sofisticado oligopolio tecnológico, tales como Amazon, Google o Facebook. Estas multinacionales, además, en ausencia de mecanismos de gobernanza globales efectivos, campan a sus anchas con mayor frescura —debido al matrimonio del capital financiero y la tecnología— de lo que pudo vaticinar uno de los primeros textos clásicos relacionados con la globalización, cuyo título en sí ya es ilustrativo: Cuando las transnacionales gobiernan el mundo (Korten, 1995).
Pero volvamos a nuestro caso. Podemos y PSOE lograron sacar adelante una ley que pretende contribuir a la redistribución de la riqueza. La lógica es sencilla: si las transacciones financieras y las grandes tecnológicas benefician a los más ricos, pongamos una tasa a esos movimientos económicos a fin de incrementar los recursos del Estado para servicios sociales básicos; así, las empresas grandes siguen ganando, pero comparten parte de sus beneficios con todos.En otras palabras, la “tasa google” aspira a beneficiar a los ciudadanos menos privilegiados que, en definitiva, suponen la mayor parte de la población. Y aquí es donde entra la jugada maestra de Amazon que, sin hacer trampas, va a alterar el resultado.
Yo no tengo nada en contra de Amazon. De hecho, reconozco el papel que ha jugado durante la pandemia y el confinamiento como proveedor y facilitador de bienes indispensables. También reconozco su estupendo servicio de reclamaciones. Incluso, no deseo sacar a la luz su política de contratación o, mejor dicho, de no contratación de falsos autónomos. Podía haber hablado del too big to fail o de la Volkswagen en Navarra. Simplemente quiero mostrar cómo las grandes multinacionales, en ausencia de mecanismos internacionales de regulación vinculantes, esquivan cualquier intento de incidencia sobre funcionamiento. La gobernanza global efectiva, la federalización de las relaciones entre los Estados y la integración política internacional deben ser el campo de batalla principal para quienes luchan por la justicia social. Sigamos con la jugada de Amazon.
Ante tal impuesto —la “tasa google”—, Amazon decide que los responsables de cubrir la tasa que les afecta serán las empresas que operan en España y que deciden usar su plataforma. Alguien podría decir, pues que se salgan de Amazon. Esta posibilidad cada vez es menor. Amazon se ha convertido en el supermercado más grande del mundo, en el híper más conocido de España, donde todos saben que pueden encontrar lo que busquen. Hace unos años comprar digitalmente era cosa de excéntricos. Hoy, quien no compra digitalmente, se encuentra entre los desviados de la norma. La cosa no termina ahí, aunque ya se puede ver cómo la intención inicial de la tasa se empieza a desdibujar. Las Pymes que usan Amazon como plataforma principal de venta van a ver afectada su facturación. Pero sigamos tirando del hilo. Lo más probable es que las empresas españolas que están en Amazon (más de 8000) y que van a ser afectadas por igual por la imposición de la tasa, decidan elevar el precio de sus productos un 3%. ¿Quién pagará la tasa entonces? Lo más probable: los consumidores. Recordad que eran ellos (nosotros) los que tenían que salir beneficiados del nuevo impuesto.
Como habéis podido comprobar, la historia tiene una moraleja triple. Primera: si quieres justicia social y buenas políticas, préstale igual atención —o más— a los resultados de las políticas que a los procedimientos, no sea que los resultados sean opuestos a las intenciones. Segunda: el mito tecnológico es eso, un mito; internet ha traído tantas posibilidades de negocios y de democratización al tiempo que ha generado nuevos monopolios y posibilidades de dominación mucho más sofisticadas. Tercera: sin globalizar la política y reestructurar el sistema de gobernanza mundial, los intentos por regular organizaciones globales están destinados al fracaso. Lo que ha hecho Amazon no es un acto excepcional, es la pauta común de la estructura de funcionamiento de un mundo que reproduce sus desigualdades y que produce unos discursos de legitimación que las hace prácticamente imperceptibles.