La incertidumbre asociada al coronavirus ha sincronizado, en un mismo horizonte, desafíos sin resolver que se han manifestado, posibilidades de cambios sociales espontáneos y prescripciones para transformar esta crisis en oportunidad. A continuación, se intentarán entretejer las tramas del pasado, presente y futuro del COVID-19 para conocer los retos que la sociedad ha de enfrentar sin dilaciones.
Desafíos sin resolver
La crisis asociada a la COVID-19 puede verse como un indicador de los defectos del orden social. La «normalidad» que se atribuye al mundo pre-COVID-19 era una situación inviable que amenazaba la civilización. El cambio climático, con los desastres naturales y pandemias inherentes, es el signo más claro de unas deficiencias estructurales que hace tiempo tenían que haberse encarado.
Sin embargo, la gestión de la globalización tampoco era eficiente y producía malestar, tanto por las desigualdades que generaba, como por la fractura social que suscitaba y la fragilidad de la cadena de producción y de comercialización en que se basaba.
El modelo de desarrollo, por otro lado, era insostenible: dependiente energética y cognitivamente, cercano al colapso ambiental, causante del desequilibrio rural-urbano, desconectado de la agricultura local, alejado de la vida comunitaria geográficamente situada, y poco resiliente y reproducible.
El envejecimiento de la población suponía un reto para los sistemas de protección social de occidente, unos sistemas que, según la ONU, debían mundializarse para proteger a poblaciones vulnerables que no se habían beneficiado en absoluto de los avances económicos vinculados con el aumento de la productividad internacional. Las amenazas globales –armas de destrucción masiva, el terrorismo y el crimen trasnacionales, los conflictos armados– seguían acechando.
La robotización de la economía y sus repercusiones sobre la organización del trabajo, el Big Data, los sistemas de rastreo, la inteligencia artificial o los avances en el genoma humano imponían riesgos imprevisibles sobre la libertad, el derecho al trabajo o el rango para la voluntad de actuación.
A estos desafíos antiguos, se le han sumado dos nuevos:
- La gestión de la crisis sanitaria plantea preguntas para las que todavía no hay respuesta: universalizar los test diagnósticos, implementar técnicas de rastreo efectivas, por cuánto tiempo mantener las medidas de distanciamiento, el desarrollo, producción y aplicación masiva de vacunas, anticiparse a una segunda ola de contagios o equilibrar seguridad sanitaria y libertad.
- Hay que amortiguar y resolver la crisis económica que se avecina y que puede hacer caer el PIB mundial en un 3% y el español en un 8% en 2020.
¿El experimento social presente cambiará la vida colectiva?
Durante el período de confinamiento han surgido tendencias que podrían alterar las formas de organización social. Predecir si esos cambios serán duraderos o positivos es pecar de imprudencia. Sin embargo, parece útil identificar algunas de esas alteraciones que podrían haber llegado para quedarse.
Los patrones de comportamiento, aunque ambivalentes, han visibilizado pautas tímidas anteriormente. Los brotes espontáneos de solidaridad, la conciencia de la interdependencia, la autodisciplina en pos del bien común o la reducción del consumo han sido gratamente bienvenidos.
Asimismo, los episodios de egoísmo, de conflictos por bienes escasos, la compra compulsiva de ciertos productos, el uso desenfrenado de las redes y el consumo acrítico y desproporcionado de información han sido comunes. ¿Qué tendencia triunfará?
En cuanto a las políticas públicas para abordar la crisis, han oscilado entre quienes proponían mayor integración y quienes abogaban por recluirse tras las fronteras nacionales.
La Organización Mundial de la Salud ha sido gran protagonista, pero también criticada por su dudosa transparencia y eficacia en la gestión de la crisis.
China ha sido considerada tanto la raíz de la crisis como la salvadora y proveedora esencial de material sanitario y apoyo logístico.
Estados Unidos ha adoptado una actitud unilateral que pone en riesgo su liderazgo mundial de por sí ya deteriorado. ¿Cómo quedará la arquitectura institucional mundial tras la crisis?
Mayor conciencia ecológica, pero cuidado
La comunidad geográfica desaparecida ha resultado ser imprescindible, tanto para las dinámicas de apoyo mutuo como para la generación de una resiliencia colectiva que solo se logra con el anclaje de los procesos de vida básicos en lo local.
La conciencia ecológica ha avanzado, aunque los imperativos económicos pueden disiparla. La producción y la comercialización se han alterado, ya que el mito del abastecimiento inmediato sin importar el lugar de producción ha sido desenmascarado. ¿Se acortarán las cadenas de valor para acercar la producción de al menos ciertos productos esenciales a los lugares de su consumo?
La digitalización ha sido uno de los procesos que más se ha acelerado. El teletrabajo se ha implantado sin avisar. La educación ha migrado al mundo online. Las nuevas tecnologías de la comunicación se han usado profusamente, alfabetizando tecnológicamente de forma exprés a millones de personas.
Sin embargo, el teletrabajo no ha supuesto mayor conciliación, ya que elimina la separación saludable entre casa y trabajo, deber y ocio, genera estrés y dificultades de concentración cuando los espacios no son apropiados o la atención de los niños es apremiante.
La educación online ha revelado grandes desigualdades en las familias: la calidad de la conexión, competencia y voluntad para apoyar a los hijos en las tareas escolares, herramientas para manejar el estrés y resolver los conflictos pacíficamente.
Asimismo, la sobreexposición a la información online, además de paliar la necesidad de un contacto abruptamente interrumpido, ha traído otras infecciones: noticias falsas, posibilidad de ser objeto de estafas, pérdida de tiempo y ansiedad por responder todos los mensajes. ¿Qué ocurrirá después?
La ética del cuidado y la valoración de los ancianos, del trabajo en el hogar y de la educación infantil, parecen haberse fortalecido, aunque muchos asilos se tornaron en cementerios y muchos hogares en cárceles violentas para niños y mujeres. ¿Cuál será el resultado final?
El estatus profesional parece haberse alterado, generándose una nueva pirámide de jerarquías en la que las posiciones superiores son ocupadas por el personal sanitario y de los supermercados, los proveedores de luz e internet…
Además, los denominados intangibles económicos, que antes se situaban en las zonas marginales del discurso, tales como la reciprocidad y la cooperación, avanzan hacia el primer plano del debate. ¿Será algo pasajero o permanecerá?
¿Y ahora qué?
Salvo que las manifestaciones espontáneas de solidaridad, tanto individuales como institucionales, originen nuevos patrones de conducta, es probable que la inercia social haga que se vuelva al punto previo de partida; esto sería trágico pues el futuro puede deparar situaciones más graves que requieran de acción concertada. Por ello, aquí se plantean cinco avenidas tentativas para responder a los restos pendientes y para nutrir las tendencias constructivas descritas:
- Lo prioritario es reforzar los mecanismos de gobernanza global, con la visión de federalizar paulatinamente las relaciones entre los Estados. Todos los procesos sociales se han globalizado a excepción de la política. Esta pandemia podría ser el revulsivo para concluir el proceso de integración mundial y evitar que el catalizador sea una guerra.
- La política económica debería aprovechar la coyuntura para avanzar hacia lo glocal: visión global y acción local. Además, la sostenibilidad ambiental y cognitiva debería apuntalarse. Parece necesaria una política fiscal que grave, aunque temporalmente, las rentas más altas para mantener los sistemas de protección social. Además, la redistribución de la producción de alimentos, para que no se concentre en pequeños territorios, y considerándose una cuestión de seguridad, resulta vital. Es el momento de intentar reformar el modelo de desarrollo para hacerlo más resiliente, circular, igualitario y sensible hacia los más desfavorecidos.
- Hay que redefinir las relaciones entre los individuos, la comunidad y las instituciones al calor de la noción de interconexión y del empoderamiento mutuo. No es cuestión de altruismo, sino de supervivencia. Exige tanto aprendizaje como reformular la noción de una comunidad geográfica que parece reclamar la posición que le corresponde como espacio de socialización y de apoyo mutuo por excelencia, pero liberada tanto de los tintes opresivos de las comunidades tradicionales como de la virtualidad de las comunidades de adscripción y de socialización en línea.
- La cuarta línea de exploración tiene que ver con la universalización de estructuras locales para el aprendizaje interconectadas, donde interactúen el conocimiento experto, la cultura local y la experiencia, en ambientes de deliberación consultiva. Esto requiere reemplazar a la economía como eje de la existencia social por la generación de conocimiento acerca del desarrollo colectivo propio; y distinguir el conocimiento tecnocientífico del conocimiento práctico-ético-político, pues cuestiones tales como la justicia, la salud pública y el bien común exigen expertos, acción y debate.
- Urge feminizar la vida social. Implica abrir para las mujeres todos los espacios de la vida colectiva, permitir que se acerquen a todas las esferas del poder, a fin de que puedan colaborar en igualdad con los hombres en la construcción de una sociedad más justa. Cualidades vinculadas históricamente con la feminidad —la empatía, la resolución pacífica de los conflictos, el tacto y sabiduría, el pensamiento holístico, la anticipación, el intercambio recíproco— han adquirido una relevancia capital para abordar los problemas.
En definitiva, la situación crítica que se vive ha fundido en un mismo crisol tres caminos que conducen hacia un mismo futuro: el de los asuntos pendientes, el de los cambios posibles y el de los ajustes necesarios. De su buen desenlace depende, en gran medida, que esta crisis se torne oportunidad y haga salir a la sociedad internacional reforzada.