Llegó la covid y con ella el experimento social forzado de mayor escala que haya conocido la humanidad. Las dos olas de contagios han sido acompañadas de dos olas de aprendizajes; la incertidumbre sobre la tercera ola también se cierne sobre los cambios sociales que pueden acontecer en el futuro.
La primera ola trajo enfermos y muertes de forma inesperada. Inesperadamente también, nos hicimos conscientes de nuestra vulnerabilidad, del hecho de que la globalización no era tan racional como parecía, de que las distancias y la comunidad geográfica sí importan, de la relevancia de la vida del hogar y de la amistad, de las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías para la socialización, la educación y el teletrabajo, de la posibilidad de parar incluso aquellos procesos sociales y económicos que parecían vitales, de la amenaza inminente que supone el cambio climático así como de las consecuencias de la explotación natural desenfrenada; en definitiva, de que es posible y necesario repensar los fundamentos de la organización social vigente. En esa primera ola el miedo y el dolor se mezclaron con esperanzas sobre cambios profundos que se podían hacer debido a la coyuntura.
La segunda ola ha sido distinta. Además del impacto sanitario-económico, adoptar una perspectiva de resiliencia a largo plazo y enfrentarse a la dura realidad de que cambiar las cosas es difícil no ha sido sencillo. El consenso sobre la importancia de la cooperación internacional y la unidad se disipó. Los partidos políticos abandonaron la tregua para explotar las diferencias. La gente comenzó a aplacar su anhelo de socialización con cierta desconfianza hacia el comportamiento del otro y aparecieron los policías ciudadanos espontáneos. Los medios se aprovecharon de la covid para alcanzar audiencias, al tiempo que la desinformación afectó casi tanto como el virus. La búsqueda del interés personal comenzó a envenenar las manifestaciones previas de solidaridad y altruismo. Una dicotomía artificial entre salud y economía cristalizó. La duda sobre la racionalidad, coherencia y efectividad de las medidas del gobierno se instaló y las teorías de la conspiración crecieron. El ejercicio de la autoridad para combatir la pandemia se deslizó sutilmente en algunos lugares hacia el autoritarismo…
¿Y qué nos deparará el futuro? Muchos creen que la vacuna será el final de una pesadilla. Sin embargo, las causas profundas que han hecho brotar la pandemia no se solucionan con tecnología médica. La mayor esperanza debería ser que la pandemia sirva de revulsivo para transformar un modelo de vida que parece haber agotado su capacidad de respuesta ante un mundo biológica y socialmente interconectado acechado por amenazas muy superiores al virus.
Sergio García Magariño es sociólogo e investigador de la UPNA