18 de febrero de 2021 — Escrito por Sergio García Magariño
Aunque nos empeñemos en ello, eliminar el prefijo “co” de palabras como gobernanza, donde esto supone una redundancia, es un desafío destinado al fracaso por la influencia de la mercadotecnia, el marketing, y el recurso a vocablos ingleses que intentan mostrar que algo es más importante.
Cada vez se leen más titulares y se escuchan más referencias a la noción de co-gobernanza, para referirse, entre otras cosas, a la necesidad de que el gobierno central colabore con las comunidades autónomas en la gestión de la crisis. Cristina Monge, en un estupendo artículo publicado en El País, el 13 de mayo de 2020, explicaba las razones por las que colocar una “co” delante de gobernanza es una reiteración innecesaria. Estando totalmente de acuerdo con la autora, en los siguientes párrafos, sin tomármelo muy en serio, voy a intentar justificar por qué creo que los esfuerzos por retirar del discurso público algunas expresiones innecesarias, en particular todo lo referido a las “coes”, es una tarea probablemente abocada al fracaso.
El caso de la co-gobernanza es posiblemente el caso paradigmático, puesto que la misma noción de gobernanza pretende referirse, además de a las transformaciones sociales que se han producido en las últimas décadas, a un modo de gobernar y gestionar los asuntos públicos basado en la colaboración, en el concierto de diferentes agentes y en el aprendizaje, por mencionar solo algunos de sus rasgos. Por ello, la buena gobernanza ya entraña la compartición de tareas por parte de diferentes agentes e instituciones, locales, regionales, nacionales e internacionales. ¿Por qué entonces la insistencia en ponerle el “co”?
La hipótesis blanda de la que parto es que el lenguaje empresarial y de la comunicación, más específicamente el del marketing político, se usa como estrategia de persuasión de manera creciente. No hace falta ser un gran analista para observar dos fenómenos contemporáneos relacionados: el lenguaje de de la publicidad impregna nuestra vida cotidiana, haciendo que las empresas recurran en sus campañas a nociones siempre innovadoras, a palabras impactantes, aunque estén vacías de significado; y la tendencia a que los asesores políticos procedan del marketing y de la comunicación política es cada vez más fuerte.
Estos dos factores hacen que se esté buscando constantemente palabras nuevas, en la mayor parte de los casos procedentes del inglés, para aparentar que lo que se dice es distinto, novedoso; en definitiva, más importante y profundo. Anglicismos como paper, speech, speaker, must, challenge, banner, blog, casting, boom, fashion, forman parte del lenguaje y el discurso de la gente moderna. Los innovadores vendrían a ser una casta especial dentro de esa especie de élite. Y es dentro de ese colectivo de innovadores empresariales y políticos donde se produce la mayor parte de las innovaciones del lenguaje. Por ello, a nadie sorprende, ni siquiera a quien no es capaz de articular un How are you? en inglés, que hablemos de lo bien que nos ha ido durante el Black Friday.
Pues en ese mismo nicho de innovadores es donde los o las “coes” se han vuelto más comunes. Quizá el recurso a la co-gobernanza no esté tan extendido, puesto que la misma noción de gobernanza despierta pasiones encontradas, pero otra, sobre la que me gustaría llamar la atención, sí: la co-creación. Me he quedado sorprendido al percatarme de que, en determinados círculos —a muchos de los cuales respeto profundamente—, por el hecho de señalar o no la palabra co-crear, se despiertan emociones sublimes de aceptación o de monotonía. Se aboga por co-crear proyectos, co-crear procesos participativos, co-crear una organización. Lo sorprendente, para mí, además del uso indiscriminado de la expresión sin excesiva reflexión teórica sobre el origen, significado e intención de la misma —algo que no se puede esperar, además—, es que se puede estar describiendo algo como una co-creación sin haber puesto en práctica habilidades y sensibilidades fundamentales para esa colaboración con otros a la que se alude.
Co-crear, en esencia, apunta a la colaboración, a realizar algo con otros, a extraer mayor sabiduría, energía y capacidad de actuación mediante la acción colectiva y las sinergias. El problema, por tanto, no estriba en el recurso al término, sino en la creencia ingenua de que, por señalar que algún proyecto o proceso haya sido una co-creación, automáticamente significa que realmente se logró extraer lo mejor de la colaboración para emprender una iniciativa cooperativa.
El lenguaje evoluciona con su uso. Por lo tanto, aunque la lucha a través del uso intencional del lenguaje puede traer resultados —como algunos sectores del feminismo muestran— e incidir en el cambio social, en la mayor parte de las ocasiones la dirección que toma el lenguaje no responde a estrategias deliberadas, sino a macro procesos espontáneos. Me temo por ello, aunque no estime que sea lo más apropiado, que la “co” de co-gobernanza y la “co” de “co-creación” persistirán en el tiempo. Ojalá el cacareo que emite el uso recurrente de este prefijo no impida extraer lo mejor y más profundo que intenta promoverse con él: la colaboración, la coordinación y el trabajo conjunto por el bien común y la mejora de la sociedad.
Sergio García-Magariño es Doctor en sociología con mención internacional (UPNA), investigador de I-Communitas, Institute for Advanced Social Research (UPNA) y Director del Instituto para el Conocimiento, la Gobernanza y el Desarrollo globales (ICGD)